Ayer hace 65 años que nació mi Tía Chulina, ella no es muy dada a celebraciones y saraos, no le gusta la cocina, ni organizar eventos, pero ayer celebraba además de su cumpleaños, su jubilación, por lo que decidió a reunir a familia y a amigos en una fiestecilla en su casa para brindar por una fecha tan señalada (y deseada por todos).
Entre mis hermanas siempre la Tía Chulina ha sido un ejemplo a seguir. Nació en un pequeño pueblo de Tierra de Campos en la provincia de Valladolid, hija de un agricultor (latifundista) falangista, alcalde del pueblo, nieta del médico además, por lo que se podía considerar de la “nobleza” del pueblo. En casa de mi madre siempre se vivió con holgura, pero mi abuelo tuvo la “desgracia” de tener cuatro hijas y un hijo, por lo que la división estaba clara: la casa y las tierras para el varón, a las tres primeras hembras a casarlas, y la pequeña se queda con nosotros a cuidarnos cuando seamos mayores.
Resultó que el varón resultó ser algo torpe con los números, bastante vaguete, totalmente carente de iniciativa y ambición con lo cual pasar a administrar las tierras de su padre era una tarea que además de causarle cierto pavor, le daba una pereza terrible. Así que después de dejar los estudios sin pena ni gloria, se casó con una mujer de esas que anulan a cualquiera y así quedó a la sombra de la bruja de mi tía, amputada la poca voluntad que tenía, y con la gran suerte que tras trabajar unos poquillos años en las tierras (creo que no llegó a apearse del tractor ni un solo día) una bendita lumbalgia hizo que le concedieran la Incapacidad Total para el trabajo, que cobrara una pensión que le daba suficiente para vivir y poder disfrutar de su gran pasión, el Valladolid Fútbol Club.
Dejemos a mi tío aparte y pasemos a las hembras de la familia, cuatro mujeres de armas tomar, cada una a su manera pero todas similares. Hay que decir que a pesar de la presunta autoridad de mi abuelo, el poder en la sombra era mi abuelita, que cuando murió apenas llegaba a 1,40 metros de altura pero se puede decir que fue una gran matriarca. Con las dos primeras hembras mi abuelo consiguió su objetivo, las casó pronto con hombre más o menos decentes, se marcharon de casa, tuvieron hijos y fueron más o menos felices.
La tercera es mi madre. Mi madre salió sorprendentemente trabajadora, estudiosa e inteligente, terminó la primaria con notas sobresalientes, y a pesar de las recomendaciones del maestro de que continuara su formación, mi abuelo se negó en banda “ya sabe leer, escribir, sumar y restar. Para qué quiere más?”. Tuvo la grandísima suerte de que ese verano, una hermana de mi abuelo que vivía en Madrid fuera a visitarlas, y decidió “secuestrar” a mi madre para llevársela a la Capital a continuar sus estudios, medio confabulada con mi abuela para doblegar la voluntad de mi abuelo. Y bueno, lo demás es historia.
Quedaba la Tía Chulina, que al poco tiempo terminó sus estudios y asumió con más o menos resignación la idea de ser la que se quedara soltera “sirviendo” a sus padres.
Pasaron los años y así estaban las cosas, mi madre estudió, conoció a mi padre en la universidad, se casaron y tuvieron hijos. Mi madre hablaba con Chulina, la pequeña, encerrada en el pueblo y un poco muerta del asco, viendo como todas sus amigas salían a las ciudades, para casarse, estudiar o lo que fuera.
Mi padre y mi madre hablaron con mi abuela, con la excusa de que por aquél entonces mi madre ya tenía dos hijos, además la consulta de pediatría con mi padre y que mis abuelos todavía tenían salud, pidieron que mi tía fuera a ayudarles con los críos mientras ellos trabajaban. El caso es que mi tía ayudaba un par de horas a mis padres, pero después iba al instituto nocturno a sacar el bachillerato, se matriculó en la escuela de enfermería y empezó a hacer prácticas en el hospital. Para cuando mis abuelos se dieron cuenta, mi Tía era enfermera diplomada, una mujer libre, moderna, independiente y resuelta, tal y como sigue hoy en día. Así que ya no les quedó más remedio que asumir que la Tía Chulina también se marchaba.
Vino a Madrid, se hizo hippy (la ropa de mi Tía Chulina acabó en nuestros armarios y no veais el éxito que ha tenido siempre), se casó con mi tío siete años menor, sacó plaza de jefa de enfermeras en la maternidad en el hospital de la paz, tuvo dos hijos fantásticos, pidió la excedencia y se fue a un pueblito de Badajoz (mi tío es ingeniero nuclear y de vez en cuando le mandan a proyectos que le obligan a estar años fuera), después se fue a Washington, acabó en Madrid y aquí sigue, recién jubilada (con cierta pena porque su trabajo le apasionaba) y llena de proyectos. Sólo hay que ver lo que le han regalado de cumpleaños para ver el tipo de mujer que es: una túnica blanca, un chándal para yoga, una maletita de oleos con un caballete, unas botas de trekking y una guía del camino de Santiago, un collar tribal con piedras turquesas y pendientes a juego, un brazalete de plata con una piedra roja maravillosa.... Y no veas cómo le miraba mi tío a mi tía...
En fin, ayer se podía celebrar el cumpleaños y la jubilación, pero celebramos la fortaleza, la ilusión, la belleza, la alegría de estar todos juntos, y el inicio de una nueva etapa en la vida de Chulina, que esperemos que dure muuuucho más.
Quizá la invite a la próxima PS. Seguro que vendría encantada.